El verdadero costo del plástico


Una simple botella de agua resume buena parte del problema. Fabricarla cuesta menos que reciclarla, y eso ya dice bastante sobre cómo funciona este sistema. Se produce en masa, se descarta al instante y nadie se hace cargo de lo que viene después.
El plástico no solo genera residuos. Afecta economías, condiciona decisiones políticas y profundiza desigualdades que ya existían.
1. Producción de plásticos
Producir plástico virgen es barato. Y en los últimos años, aún más. La baja en el precio del petróleo y el gas volvió a esta industria rentable y difícil de frenar.
El mercado ha respondido como es previsible. Si fabricar algo nuevo cuesta menos que reciclarlo, ¿por qué molestarse? No es que el plástico virgen sea imprescindible. Es simplemente más económico y en este sistema, eso alcanza para imponerlo.
El problema es que ese precio, tan atractivo en los balances, cuenta parte de la historia. No incluye lo que viene después: emisiones, contaminación y residuos que se quedan donde nadie quiere verlos. Nada de eso aparece en la factura.
En muchos lugares, ni siquiera existen regulaciones firmes para limitar este impacto. Las empresas siguen adelante, sin dar explicaciones. Y hasta ahora, no parece que haya demasiada urgencia en cambiar eso.






2. Diseño de productos plásticos
Los fabricantes de productos plásticos —conocidos como convertidores— suelen optar por modelos de un solo uso. Para reducir costos, combinan distintos materiales y aditivos en un mismo producto.
Un ejemplo común son los envases multicapas. Cada capa cumple una función específica —resistencia, aislamiento, brillo, entre otras— y al combinarse, permiten optimizar recursos y lograr envases más funcionales y económicos que los monocapa, que requieren polímeros más complejos y costosos.
El inconveniente se presenta al momento de reciclar. Estas mezclas introducen impurezas, dificultan la separación y elevan el costo de recuperación. En pocas palabras, una verdadera pesadilla técnica.






3. Recolección de residuos
Una gran proporción de los desechos plásticos nunca entra al sistema formal de recolección. Simplemente queda fuera. Y cuando eso sucede, acaba acumulándose en ríos, caminos, campos o directamente en el mar.
Este escenario es frecuente en regiones donde la gestión de residuos es frágil o, directamente, inexistente. Falta infraestructura, personal y recursos para cubrir el volúmen creciente de residuos. En países de ingresos bajos o medianos, las inversiones son escasas y la recolección —cuando existe— suele concentrarse en áreas urbanas, dejando zonas rurales completamente desatendidas.
Aunque no es un problema exclusivo del sur global. Incluso en países con altos ingresos y mejores tasas de recolección, persisten desafíos similares en zonas no urbanizadas.
A eso se suma la dificultad cotidiana para separar correctamente los desechos. No hay información clara ni facilidades accesibles. A veces no está claro que color de bolsa utilizar o peor aún, se debe recorrer varios kilómetros para descartar algo. Pueden parecer detalles menores. No lo son. Al igual que el resto de los pasos, la disposición incorrecta tiene consecuencias.






4. Tratamiento de residuos
La desigualdad del plástico también se refleja, y con fuerza, en el tratamiento de residuos.
Mientras las naciones más ricas—líderes en producción y consumo— pueden exportarlos o gestionarlos con tecnología avanzada, en muchas regiones del mundo la infraestructura brilla por su ausencia. Como resultado, toneladas de desechos terminan donde no deberían: vertederos sin control, basurales a cielo abierto o desparramados por el ambiente.
¿Y el reciclaje?
Funciona, sí. Pero no como lo venden. ¿Por qué? Para empezar, hereda decisiones tomadas mucho antes. Los productos están diseñados para tirarse, los envases no se pueden separar, los residuos vienen mezclados sin ningún criterio. Así, reciclar plástico es intentar salvar lo que nació descartable.
Con ese punto de partida, la mayoría de los plásticos reciclados son de menor calidad, menor valor y menor utilidad que los objetos originales. Y en un sistema donde todo pasa por los números, eso los condena. Las plantas que intentan recuperarlos asumen un trabajo complejo, caro y con retorno incierto. No es que el reciclaje no sirva. Es que, como está planteado, nunca tuvo muchas chances.
Si el material no sirve, nadie lo compra. Por lo tanto, si nadie lo compra, los residuos culminan en el mismo lugar que los no reciclables —incinerados o enterrados (en el mejor de los casos). A menudo después de un solo ciclo.
A diferencia del relleno sanitario o la incineración —que cobran por cada tonelada— el reciclaje vive a merced del mercado: precios que suben y bajan, residuos de calidad dudosa, demanda que no sostiene. En estas condiciones, competir no es difícil. Es imposible.






Y entonces, ¿quién paga?
Durante años asumimos que el precio del plástico es el que aparece en la góndola. Lo damos por hecho: si cuesta poco, debe ser porque vale poco. Lo que no vemos es todo lo que quedó afuera.
El precio real no concluye en la caja del supermercado. Continúa después. Cuando el envase se descarta, cuando nadie se hace cargo, cuando el residuo se vuelve parte del paisaje… o de nosotros.
Eso no figura en la etiqueta. No está incluido en balances ni en discursos. Sin embargo, alguien lo paga.
En varios sitios, el costo es evidente: barrios donde el plástico se acumula en cada esquina, zonas donde la recolección no llega, playas tapadas de basura, familias que viven al lado de basurales, o respiran humo de quemas improvisadas. Allí el impacto no se disfraza. Se ve. Se huele.
Y no se queda ahí. No. El plástico se fragmenta, se hace cada vez más pequeño. Las partículas viajan. El daño circula. Lo que comenzó en zonas vulnerables no se detiene en los márgenes. Se introduce en los alimentos, en el agua potable y en el aire que inhalamos diariamente.
Eso sí, el modelo funciona. Es rentable para unos pocos. El costo, en cambio, se reparte. Pues, tarde o temprano, nos pasa factura a todos. Porque cuando el plástico se degrada, no distingue rangos, estatus ni fronteras. Contamina de arriba a abajo. Nadie se salva.





