Cuando la basura arde

Cuando la basura se acumula, las soluciones urgentes suelen imponerse. Entre ellas, hay una que reúne fuego, velocidad y energía. Una opción que, en teoría, resuelve. El problema es que, detrás de tanta eficiencia, se esconden costos que rara vez aparecen en los informes.

En muchos lugares del mundo, la basura no se entierra ni se recicla. Se quema.

A primera vista, la incineración se presenta como una salida práctica: reduce el volumen, es rápida, y además permite generar energía. Sobre todo cuando el residuo es plástico. Su capacidad de combustión es tan alta que supera al carbón. . Por eso, no sorprende que se lo considere un combustible atractivo.

Nada mal, podríamos pensar. Salvo por unos detalles.

Construir y operar este tipo de instalaciones es caro. Muy caro. Más que mantener un relleno sanitario. Pero lo más delicado no es solo el gasto inicial, sino lo que viene después: para funcionar de manera constante, estas plantas necesitan basura. Siempre. Sin una provisión continua de residuos, los hornos se detienen y eso implica pérdidas. Tanto es así que, en algunos casos, se llega a importar basura de otros países para que las máquinas no paren.

El segundo problema, quizás el más difícil de revertir, está en lo que la combustión libera. Porque incinerar no es únicamente quemar residuos. Es transformarlos en sustancias tóxicas. Uno de ellos es el dióxido de carbono, inevitable en este tipo de procesos. Otros, más nocivos, como las dioxinas o los metales pesados, pueden aparecer cuando las condiciones no son las adecuadas. Algo, digamos, bastante común.

Las tecnologías actuales permiten mitigar parcialmente estos contaminantes. Entre ellos, filtros, lavadores y sistemas de controles avanzados que reducen el daño. Sin embargo, su eficacia depende menos del equipamiento disponible y más de las regulaciones ambientales que, por lo general, no se cumplen.

En países donde los controles son débiles o inexistentes los riesgos para la salud y el entorno aumentan considerablemente. Las consecuencias afectan, especialmente, a las comunidades cercanas, que suelen ser de bajos ingresos y con menos acceso a información.

En la búsqueda de soluciones limpias, se están probando sistemas de captura y almacenamiento de carbono. Su objetivo es retener parte de los gases contaminantes, antes de que alcancen la atmósfera. Si bien la idea es buena, por ahora las pruebas son limitadas y no existen resultados concluyentes sobre sus impactos a largo plazo.

Ante este panorama, distintos especialistas advierten sobre el riesgo de que la incineración se consolide como una salida rápida frente a la crisis de los residuos. Su eficiencia a corto plazo es seductora y, frecuentemente, remunerada. Una vez construidas, estas plantas tienden a perpetuarse: atraen inversiones y desvían recursos que podrían destinarse a estrategias más sostenibles, como la reducción, la reutilización o el reciclaje.

Incinerar es una opción.
La pregunta es si es la mejor.