¿Los videojuegos dañan nuestro cerebro?

Los videojuegos afectan la función y estructura del cerebro.
Los videojuegos afectan la función y estructura del cerebro.

Millones de personas disfrutan de los videojuegos a diario. ¡Y no son pocos! Imagínate, se estima que hay aproximadamente unos 2.600 millones de jugadores en todo el planeta. Lejos de ser un simple pasatiempo, éstos se han convertido en una parte esencial de nuestras vidas.

Y claro, con semejante popularidad, no es de extrañar que los científicos se hayan puesto manos a la obra para investigar qué impacto realmente tienen sobre nuestro cerebro.

Entonces, ¿qué sabemos hasta ahora?

Diversos estudios demuestran que los videojuegos no solo influyen en cómo funciona nuestro cerebro, sino que además alteran su estructura. Algunos de estos cambios pueden mejorar la percepción de nuestros alrededores, la capacidad de atención, la resolución de problemas e incluso la habilidad para realizar múltiples tareas a la vez, entre tantas más.

La magnitud de estos cambios varía.

La edad es un factor: cuanto más jóvenes somos, más significativos son estos beneficios.

De manera similar, la duración del juego también condiciona: más tiempo, mayores cambios. Eso sí, hay que ser discreto. Los investigadores han visto que es mejor jugar un poco cada día que pasarse horas y horas pegado a la pantalla.

En tercer lugar y no menos importante, el tipo de videojuego hace lo suyo. No todos afectan por igual a nuestro cerebro. ¿Por qué? Pues porque, en general, las habilidades que más desarrollamos están relacionadas con las partes del cerebro que usamos con mayor frecuencia.

Piensa en el deporte. El fútbol y el voleibol requieren habilidades diferentes. Si practicamos fútbol, es probable que nuestras piernas se fortalezcan, no así nuestros brazos para hacer una buena recepción de saque.

En este sentido, se ha observado que videojuegos de acción, como el Fortnite, pueden mejorar nuestra percepción, atención y habilidades visuales. Mientras que otros, como los de ingenio o de estrategia, refuerzan nuestra memoria y capacidad para resolver problemas.

Más allá de estos efectos positivos, los videojuegos pueden presentar desafíos.

Como cualquier actividad placentera, el juego desmedido puede desviar nuestra atención de otras actividades importantes si no se realizan con moderación.

Existen muchas razones por las que los videojuegos pueden volverse absorbentes, llegando incluso a ser problemáticos para algunos.

En este artículo, hablaremos brevemente de unos de ellos: la liberación de dopamina.

Cuando jugamos, nuestro cerebro activa el "sistema de recompensa", una red neuronal ligada al placer, la motivación y el aprendizaje. Al estimular este circuito, se liberan sustancias, como la dopamina, que nos hacen sentir bien y nos impulsan a repetir la experiencia.

Los diseñadores de juegos saben esto muy bien y no pierden la oportunidad para maximizar este efecto. ¿Cómo? Ofreciendo una variedad de recompensas. Para empezar están los grandes premios, como ascender de nivel o alcanzar la puntuación máxima.

Luego están, por supuesto, los pequeños premios que aparecen de manera intermitente y, a veces, cuando menos los esperamos. Pueden ser objetos desbloqueados, créditos extras y mejoras para nuestro avatar. Cada uno de estos premios está ideado para mantener nuestro interés y motivación, haciendo que sea cada vez más difícil dejar de jugar. Funciona, ¿cierto?

No obstante, ¿hasta qué punto este sistema de recompensas puede repercutir sobre nuestro comportamiento?

La gratificación inmediata puede ser tan poderosa que, en ocasiones, preferimos jugar en lugar de hacer tareas más productivas. Es como si el juego estuviera programado para aprovechar nuestro deseo innato de recibir recompensas, creando un círculo vicioso.

En casos extremos, este comportamiento puede llevarnos a terrenos inesperados. Sin darnos cuenta, nuestros hábitos comienzan a cambiar: pasamos menos tiempo con la familia, descuidamos el estudio o el trabajo, dormimos menos y comemos mal.

En fin, los videojuegos no son buenos o malos en sí mismos. Pueden ayudarnos a desarrollar reflejos, estrategia y atención… o llevarnos a perder la noción del tiempo y del espacio. Como tantas otras cosas, el desafío está en el equilibrio.

Disfrutarlos está bien. De hecho, puede ser una gran forma de aprender, de conectar o simplemente de disfrutar. Siempre y cuando no olvidemos que la mejor partida sigue jugándose allá afuera, en el mundo real.

Bibliografía

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