El poder de la coherencia entre corazón y cerebro

5/8/20248 min read

El corazón es un órgano clave en las emociones que sentimos.
El corazón es un órgano clave en las emociones que sentimos.

¿Qué son las emociones y por qué son importantes?

Quieras admitirlo o no, somos seres altamente emocionales.

Estas pequeñas y poderosas señales actúan como una brújula, orientándonos en las decisiones cotidianas. El miedo, por ejemplo, nos alerta de que las cosas no marchan bien, la tristeza señala una pérdida importante, y la alegría… bueno, la alegría nos hace sentir que la vida es maravillosa, en particular, cuando abrazamos a esa persona tan especial o alcanzamos nuestras metas.

De una u otra forma, las emociones son datos valiosísimos, pistas esenciales que informan que algo nos está ocurriendo.

Pensemos en el siguiente escenario: vas caminando solo por una calle oscura. De repente, escuchas pasos detrás tuyo. No hace falta ser un gran detective para suponer que alguien camina detrás de ti y vaya a saber con qué intenciones. Esta predicción, correcta o errónea, desencadena una serie de cambios físicos y mentales que son los que vos percibís.

Tu cuerpo entra en modo alerta: giras la cabeza, buscando identificar quien te sigue, tu ritmo cardíaco se acelera, tus manos sudan como locas y, como era de esperar, la emoción del miedo te invade. No hay mucho tiempo, dominado por tus emociones, aceleras el paso hasta quedarte sin aliento.

De vuelta a casa, sana y salva, el miedo ha cumplido su propósito, obligándote a reaccionar y tomar medidas que te protegen.

Las emociones son señales valiosas que nos indican que algo está pasando.
Las emociones son señales valiosas que nos indican que algo está pasando.

¿Cómo surgen estas emociones?

Contrario a la creencia popular, las emociones no son universales, son algo único, que cada uno de nosotros construimos frente a diferentes situaciones de la vida. Según uno de los modelos más recientes, la teoría constructivista, las emociones tienen tres componentes: el entorno, los mensajes del cuerpo y las experiencias pasadas.

Dependiendo de cómo interpretemos las pistas del cuerpo y del afuera, con el conocimiento que ya tenemos (experiencias pasadas), damos forma a nuestras emociones, tan únicas como nuestras huellas digitales.

Imagina otra escena: estás exponiendo un proyecto en una reunión de trabajo. Todo va viento en popa hasta que, de reojo, ves a tu jefe bostezar. Automáticamente, tu atención se va por las ramas y tu cuerpo empieza a pasar factura. La respiración se acelera, el calor te sacude como si entraras de golpe en un sauna y las manos tiemblan descontroladamente. ¿Será que la propuesta le pareció pésima? ¿Demasiado aburrida? ¿O simplemente está cansado?

Mientras tus pensamientos no paran, la emoción de ansiedad toma el control. Así funciona el cerebro: evalúa la situación, la interpreta y, antes de que te des cuenta, te entrega el veredicto emocional.

Las emociones no son universales, sino que dependen del contexto.
Las emociones no son universales, sino que dependen del contexto.

Dentro de este contexto, el cuerpo juega un rol clave. Muchos científicos coinciden en que lo que sentimos, y por cuánto tiempo, depende del estado en que se encuentra nuestro cuerpo, particularmente, el corazón. Este órgano no solo bombea sangre, sino que envía señales al cerebro. Por medio de estas señales, moldea aquello que percibimos y experimentamos.

¿Cómo se comunica el corazón?

El corazón y el cerebro están en una charla permanente, como esos amigos que no pueden dejar de mandarse mensajes. Durante mucho tiempo se creyó que el cerebro era el jefe, el que daba todas las órdenes mientras el corazón obedecía en silencio.

Sin embargo, más que un simple seguidor, el corazón también tiene cosas que decir. En efecto, hoy sabemos que este órgano envía más datos al cerebro de los que recibe. Sí, el gran charlatán del cuerpo es el corazón, siempre mandando informes detallados sobre lo que nos sucede, latido tras latido.

¿Y cómo se comunican estos dos interlocutores? Mmm, pues bien, no esperes emojis ni mensajes de voz. El corazón utiliza distintos tipos de señales que recorren el cuerpo, hasta llegar al cerebro, donde se descifran, se analizan y se devuelve una respuesta.

Eso sí, no hablamos de palabras ni frases, al menos no como lo hacemos nosotros. Las señales viajan en forma de patrones rítmicos: impulsos nerviosos, cambios en cantidades de sustancias químicas, variaciones de presión y hasta ondas electromagnéticas.

El corazón envía señales al cerebro en forma de patrones rítmicos.
El corazón envía señales al cerebro en forma de patrones rítmicos.

En cada pequeño intervalo entre un latido y otro, se esconde un código que el cerebro, y el resto del cuerpo, interpretan rapidísimo, esculpiendo nuestra experiencia emocional y física sin que siquiera nos demos cuenta.

Corazón y emociones

Ese mismo corazón, aparte de ser un gran charlatán, es el reflejo fiel de nuestras emociones. Sin pedirnos permiso, expone nuestro estado emocional: ya sea que estemos estresados, enojados o disfrutando de una plácida calma. Y esto no es mera poesía.

Numerosos estudios demuestran que las emociones influyen directamente en cómo late nuestro corazón.

Veamos brevemente cómo sucede todo esto.

En el constante diálogo entre el corazón y el cerebro, el sistema nervioso autónomo actúa como regulador. Esta vasta red nerviosa, que inerva los órganos internos, incluido el corazón, controla de manera inconsciente procesos como la digestión, la respiración y, por supuesto, el ritmo cardíaco.

El sistema se divide en dos ramas principales: simpática y parasimpática. A menudo, ambas ramas actúan como dos personajes que se pelean por el control del mismo órgano. Por ejemplo, la rama simpática acelera el ritmo cardíaco, mientras que la parasimpática la ralentiza.

Juntas, logran mantener un equilibrio perfecto que permite al cuerpo responder adecuadamente a las diversas situaciones que enfrenta.

Y tal vez pienses: ¿qué tiene que ver este sistema nervioso autónomo con las emociones y el corazón?

Cuando sentimos emociones negativas, como ansiedad, enojo o frustración, el corazón se descontrola.

Su patrón rítmico se vuelve un caos.

Esta falta de coherencia es una señal clara de que las dos ramas, simpática y parasimpática, están desincronizadas, como si un conductor estuviera pisando el acelerador y el freno a la vez.

Este estado, llamado incoherencia emocional, se caracteriza porque el cuerpo funciona a golpes, consume más energía de la necesaria y nos deja agotados, mentalmente bloqueados y sin capacidad para pensar con claridad.

Si esta situación persiste, aumenta el riesgo de sufrir problemas cardíacos, el sistema inmunológico se debilita y hasta nos cuesta más trabajo relajarnos o conciliar un buen sueño.

Por el contrario, cuando experimentamos emociones positivas como el aprecio, el cariño o el amor, el escenario cambia por completo.

El ritmo cardíaco se vuelve armonioso, con ondas suaves y estables. Esto se conoce como coherencia emocional: un estado en el cual las dos ramas del sistema nervioso autónomo logran sincronizarse y trabajar en equilibrio.

El corazón refleja como nos sentimos.
El corazón refleja como nos sentimos.

Al estar en coherencia nos sentimos bien y se optimiza el modo en que nuestro cuerpo funciona. Tenemos una mejor salud, ya que este estado previene o mejora el pronóstico de muchas enfermedades, además de ofrecer mayor claridad mental y un rendimiento más eficiente.

Pero esto es tan solo la mitad de la historia, dado que el corazón no solo refleja lo que sentimos, también lo modula.

Las señales que envía este órgano afectan a distintas partes del cerebro y en consecuencia, configuran las nuevas órdenes que el sistema nervioso devuelve al corazón, los vasos sanguíneos y al resto del cuerpo.

Es un ciclo continuo, en el cual los latidos del corazón dan forma a nuestras emociones y pensamientos.

El corazón: el modulador de emociones

El corazón es, sin exagerar, el modulador de nuestras emociones. ¿Por qué? Primero, porque es el generador de patrones rítmicos más constante que tenemos.

Segundo, porque está hiperconectado con el cerebro: la cantidad de nervios que van del corazón al cerebro es mucho mayor que los de otros órganos, creando un flujo continuo de datos entre ambos.

Tercero, el corazón es tan sensible que hasta el más leve cambio en nuestro entorno o en el cuerpo lo hace reaccionar.

Y cuarto, no se queda de brazos cruzados; responde de diferentes formas, regulando todo nuestro organismo, cerebro incluido, con esa sabiduría rítmica que lo define.

¿Y el cerebro?

El cerebro es, sin duda, el maestro de los rompecabezas. Día tras día, recibe señales de lo que ocurre a nuestro alrededor —lo que vemos, oímos, tocamos— y de lo que pasa dentro de nuestro propio cuerpo, desde los latidos del corazón hasta los intrincados movimientos de nuestra respiración.

Todo ese flujo de información, externa e interna, lo procesa con una destreza fascinante. Porque claro, el cerebro no puede ir por ahí sintiendo el mundo en primera persona, entonces se agarra de las pistas que le llegan del entorno y de nuestro cuerpo, como un detective neurótico que necesita desentrañar cada detalle.

En base a esos datos y a las experiencias que ya tiene archivadas, va armando, pieza por pieza, una especie de predicción sobre lo que ocurre y sobre cómo responder a los desafíos que se nos presentan por el camino.

Una de estas predicciones son las emociones. Como un rompecabezas, el cerebro toma pedazos de lo que sentimos en el cuerpo, lo que vemos o escuchamos, y los mezcla con nuestras experiencias pasadas. ¿El resultado? Una interpretación de la realidad.

No sentimos lo que ‘es’, sentimos lo que el cerebro cree que es. Cada emoción, entonces, es una hipótesis que nos ayuda a desenvolvernos y poder navegar en este mundo.

Vivir en coherencia emocional

Si algo queda claro, es que las emociones no habitan solo en el cerebro. Todo el cuerpo, especialmente el corazón, está involucrado. Ese órgano, más que solo bombear sangre, manda señales continuas al cerebro que esculpen tanto nuestras emociones como pensamientos.

En momentos de coherencia emocional, ambos trabajan alineados, promoviendo la salud física y emocional. No obstante, cuando las emociones negativas irrumpen, el sistema completo se desbarajusta y afecta tanto nuestro cuerpo como nuestra mente.

Al final, vivir en coherencia nos permite disfrutar de una vida más equilibrada. Cada parte de nuestro cuerpo trabaja en conjunto, como una orquesta bien afinada, donde cada instrumento aporta lo suyo para que todo fluya en armonía.

Bibliografía



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Siempre pensamos que las emociones nacen en el cerebro… pero, ¿y si el corazón tuviera un rol mucho más grande del que imaginamos? La ciencia revela que no es solo un órgano que late, sino un jugador clave en lo que sentimos.