El misterioso campo que emite tu corazón

5/8/20247 min read

El corazón emite un campo de energía capaz de influir en quienes nos rodean.
El corazón emite un campo de energía capaz de influir en quienes nos rodean.

El lenguaje rítmico del corazón

El corazón es un gran maestro de la comunicación. Dialoga con todo el cuerpo y lo hace con estilo, enviando mensajes discretos y complejos mediante patrones rítmicos.

Esta ritmicidad no es azarosa, sino que es la forma en que el corazón se expresa, reflejando nuestro estado en cada momento. En efecto, si pudiéramos escuchar esas señales, descubriríamos que, con cada latido, el corazón nos revela poco a poco aspectos sobre nosotros mismos, nuestra salud y nuestras emociones.

Lo curioso es que esta ritmicidad varía según nuestras emociones. Cuando estamos enojados o frustrados, el corazón responde mandando mensajes con ritmos desordenados y erráticos, como si perdiera su armonía. En cambio, cuando el amor o la gratitud nos invaden, el ritmo se vuelve más armónico y organizado, como una melodía cuidadosamente ensayada.

Comunicación energética

Estos mensajes del corazón, que cambian según cómo nos sentimos, son verdaderos paquetes de datos que atraviesan cada rincón de nuestro cuerpo y se proyectan más allá de nuestra piel.

Existen distintos modos de enviar estos paquetes. Quizás una de las maneras más intrigantes sea la vía energética.

Para entender cómo funciona, veamos de qué hablamos exactamente.

Pensemos en nuestro cuerpo como una pequeña usina eléctrica. De forma constante, generamos electricidad a través del movimiento de minúsculas partículas cargadas que, al desplazarse, producen corrientes eléctricas. Estas corrientes eléctricas crean, a su vez, campos magnéticos que se despliegan a nuestro alrededor, como un halo invisible que nos envuelve.

¿Te acuerdas de física del colegio? Cada vez que algo se mueve cargado de electricidad, se genera una especie de aura magnética que abarca el objeto en cuestión. Así, sin darnos cuenta, estamos rodeados por un manto magnético que se despliega con cada impulso eléctrico de nuestro cuerpo. Increíble, ¿no?

Ahora bien, si hablamos de electromagnetismo, el corazón se lleva todos los aplausos. Pues, de todos nuestros órganos, es el que emite el campo electromagnético más fuerte y amplio. Este campo es tan potente que puede medirse desde cualquier punto del cuerpo, ya sea en un dedo del pie o en la cabeza, e incluso hasta más de un metro a nuestro alrededor.

El cerebro, por otro lado, produce un campo electromagnético, pero es mucho más modesto: 60 veces menor que el del corazón. Esta diferencia resalta el papel predominante del corazón como el mayor emisor de energía electromagnética en nuestro cuerpo.

Al compás

Latido tras latido, el corazón emite ondas electromagnéticas que se modifican constantemente. Estas ondas de energía viajan por el cuerpo e interactúan con los distintos órganos y sistemas, regulándolos en función de cómo nos sentimos.

Imagina este proceso como una danza. Cada órgano sigue su propio ritmo, aunque el corazón, con su poderoso campo electromagnético, es quien lleva la batuta. Este campo es tan fuerte que actúa como una corriente "portadora", una señal que no solo organiza las funciones internas, sino que recoge la información de todo nuestro organismo.

A través de este fenómeno, el corazón establece una comunicación que no necesita palabras. Es un lenguaje de ritmos y energía, que es capaz de influir en nuestro cuerpo, como además en las personas que se encuentran cerca.

Electricidad por contacto

Con el objetivo de explorar esta faceta del corazón, un grupo de investigadores diseñaron una serie de experimentos ingeniosos.

El primer paso lo llamaron "Electricidad por contacto" y consistía en determinar si las señales del corazón de una persona podían detectarse en el cerebro de otra cuando había contacto físico. Para ello, colocaron a dos participantes sentados, uno al lado del otro, separados por aproximadamente 1,2 metros. Mientras tanto se registraban los latidos del corazón y las ondas cerebrales de ambos.

Durante los primeros 10 minutos, no hubo contacto físico entre los sujetos, lo que permitió establecer una línea base sin interferencias. Como resultado de este periodo inicial, no se observó ninguna transferencia de señales.

Los sujetos no tuvieron contacto físico al inicio del experimento.
Los sujetos no tuvieron contacto físico al inicio del experimento.

Paso siguiente, se les pidió a los participantes que se dieran la mano durante cinco minutos, como si se saludaran. De inmediato, los resultados cambiaron: las señales del corazón del emisor comenzaron a aparecer claramente en el registro del receptor. Algo que, definitivamente, no sucedía antes del contacto.

En la mayoría de los casos, esta transferencia de señales fue unidireccional, es decir, el corazón de una persona alteraba el cerebro del otro. Sin embargo, cerca del 30 % de las parejas intercambiaron señales de forma simultánea. Este experimento, en particular, demostró que, al tocarse, el campo electromagnético generado por el corazón de uno podía modificar la actividad cerebral del otro, a pesar de que los participantes no fueran conscientes de este intercambio.

Los participantes se dieron las manos.
Los participantes se dieron las manos.

A fin de analizar si el contacto piel con piel era esencial en esta transferencia, los investigadores realizaron el mismo experimento pero con los sujetos usando guantes de látex, eliminando así el contacto directo. Si bien las señales seguían detectándose, la intensidad disminuyó notablemente, lo que sugirió que parte de la transmisión ocurría a través de la piel, aunque también había un componente irradiado capaz de producir efectos a corta distancia.

Los participantes con guantes de látex se dieron la mano.
Los participantes con guantes de látex se dieron la mano.

Sin contacto, pero conectados

El segundo grupo de experimentos de la serie se centró en investigar si este intercambio de energía podría ocurrir sin necesidad de contacto físico.

En estos experimentos, los participantes se sentaron uno frente a otro a diferentes distancias, sin tocarse, y se registraron simultáneamente las señales de sus corazones y cerebros. Esta vez, lo que se buscaba era determinar si, incluso a cierta distancia, el cerebro de una persona podía registrar las señales del corazón de la otra.

Los participantes se sentaron uno frente al otro, sin tocarse.
Los participantes se sentaron uno frente al otro, sin tocarse.

Los resultados fueron sorprendentes. A medida que la distancia aumentaba, la señal disminuía. Pese a ello, hubo casos excepcionales, en los cuales se registraron una transmisión de señales, incluso a una distancia de 1,5 metros. Eso sí, este fenómeno no se dio en todos los casos. Un factor clave fue el estado de coherencia de la persona receptora. Cuando los participantes estaban en un estado de calma y armonía interna —lo que llamamos coherencia emocional—, sus cerebros eran mucho más sensibles a las señales del corazón de la otra persona.

Esta coherencia parece aumentar la capacidad del cerebro para captar la energía emitida por otros. Cuando experimentamos emociones positivas (que nos llevan a ese equilibrio), aparentemente, nos volvemos más receptivos a las señales energéticas del entorno.

A primera vista, esto podría hacernos pensar que, al igual que nos volvemos más sensibles a las emociones positivas, somos ahora más vulnerables a las emociones negativas de los demás. Sin embargo, no es así. Estar en un estado de coherencia nos permite alcanzar una mayor estabilidad interna, haciéndonos menos propensos a ser afectados negativamente por los campos energéticos de otras personas. Es precisamente esta estabilidad la que nos permite ser más receptivos a las señales del corazón sin perder nuestro propio equilibrio.

En conclusión, estos experimentos demuestran que el corazón no solo es nuestra bomba de sangre, sino también una poderosa fuente de energía que influye curiosamente sobre el cerebro de otras personas, tanto a través del contacto físico o incluso sin él.

Esta forma de comunicación electromagnética parece ser una habilidad innata, un lenguaje silencioso que nos conecta profundamente con quienes están cerca y que vibra al ritmo de nuestras emociones. Cuán receptivos somos a estas señales externas depende de nuestro estado emocional. En armonía y equilibrio, nos volvemos más permeables a los mensajes positivos y, a la vez, inmunes a la carga de emociones negativas.

Bibliografía

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Sosa, M. (2001.). Biomagnetismo: El Magnetismo del Cuerpo Humano.

Hay una fuerza invisible que nos conecta. Estudios revela que el corazón emite un campo de energía capaz de influir en quienes nos rodean, incluso sin contacto físico.