Efectos adversos del ácido hialurónico

Rellena, hidrata, devuelve volumen y, si el resultado no convence, hasta ofrece la posibilidad de dar marcha atrás con la enzima hialuronidasa. Sin embargo, como ocurre con cualquier intervención médica, la historia tiene matices.

Los rellenos dérmicos, aún los más populares y seguros, no son inocuos. La mayoría de las reacciones adversas son leves y pasajeras, como enrojecimiento, hinchazón o algún hematoma que desaparece en pocos días. Pero, en determinas circunstancias, y pese a la pericia del especialista, pueden surgir complicaciones graves, como necrosis cutánea, pérdida de visión o los accidentes cerebrovasculares, que representan la cara más oscura de estos tratamientos.

Al hablar de efectos no deseados, el panorama se divide en dos. El más común, incluye molestias locales, leves y transitorias, que se resuelven sin mayores inconvenientes y refuerzan la percepción de seguridad. El segundo, mucho menos frecuente, involucra eventos severos o inclusive fatales, que obligan a abordar estos procedimientos con responsabilidad y a realizar un seguimiento riguroso.

El lado pasajero del relleno

La mayoría de los problemas se concentran en el sitio de la inyección. Esa zona puede hincharse, doler, picar, ponerse rojo o bien, formarse un moretón. Son respuestas sutiles, pasajeras y que, por lo general, se resuelven en menos de una semana, lo que ayuda a sostener la idea de seguridad.

La naturalidad en juego

En ciertos casos, el incoveniente no es una molestia física, sino la imagen que nos devuelve el espejo. Tras esta breve intervención, el rostro puede perder naturalidad, mostrar asimetrías o volúmenes desparejos, y en estética facial esos detalles pesan tanto como cualquier síntoma.

Una dosis insuficiente, una cantidad desmedida o la propia naturaleza del AH —su capacidad de atraer agua y de moverse con la gesticulación— puede favorecer que el material se agrupe o desplace con el tiempo, generando irregularidades del contorno.

Las zonas más sensibles, como los párpados, el surco lagrimal o la nariz, requieren especial cuidado. En ellas, un exceso de volumen de AH puede traducirse en hinchazón, facciones endurecidas o en un cambio de coloración, por ejemplo un tono azulado debajo de los ojos.

Pequeños intrusos

Las infecciones son otras de las secuelas posibles. Y pueden aparecer por diversos motivos. El escenario más recurrente ocurre cuando el aguja perfora la piel y actúa como un vehículo involuntario, arrastrando consigo microorganismos que forman parte de nuestra flora cutánea. Normalmente, se trata de bacterias, aunque a veces intervienen virus y hongos.

El proceso infeccioso también puede iniciarse cuando la aguja interrumpe accidentalmente otros nichos naturales de los microbios como las glándulas sebáceas, desplazándolos hacia sitios donde su presencia sí constituye una amenaza real para los tejidos.

Ambas intrusiones microscópicas pueden convertir el gel inyectado en un refugio ideal para la proliferación microbiana. Este fenómeno suele manifestarse de manera tardía, produciendo enrojecimiento, dolor o la formación de nódulos.

El panorama se complica aún más cuando confluyen factores adicionales que actúan como facilitadores del proceso infeccioso. Entre estos se encuentra un sistema inmune debilitado, la reactivación del herpes con sus clásicas ampollitas al aprovechar el ‘estrés’ de la piel, o —en casos excepcionales— la coincidencia desafortunada de una infección pasajera justo en el momento de recibir el relleno.

El lenguaje abultado de la piel

Más allá de las infecciones, existe un grupo de lesiones que, a simple vista, se presentan como bultos bajo la piel.

Los rellenos son sustancias externas y, como tales, pueden despertar las defensas del organismo. En ocasiones, la reacción es leve, semejante a una dermatitis, con enrojecimiento, picazón o pequeños bultos indoloros. Estos síntomas se desarrollan temprano, generalmente al aplicarse demasiado producto o al hacerlo de manera inadecuada—, cuando el relleno migra o hay una infección local.

En situaciones más complejas, el cuerpo adopta medidas más extremas en presencia de sustancias desconocidas. Los aditivos o el propio AH pueden interpretarse como amenazas y eso generar una reacción intensa que con el tiempo da lugar a cápsulas inflamatorias que atrapan aquello que se considera peligroso.

En particular, los geles de AH más densos, diseñados para aportar gran volumen, tienden a comprimir tejidos y alterar la circulación, creando las condiciones ideales para este cuadro no deseado.

El laberinto de las complicaciones vasculares

Por último nos toca hablar de uno de los escenarios más temidos de los rellenos dérmicos: las complicaciones vasculares. Si bien son eventos raros, sus consecuencias pueden ser graves o, inclusive, fatales.

Estas alteraciones vasculares se desencadenan cuando el relleno interfiere con la circulación sanguínea y transforma un procedimiento pensado para embellecer en una situación de riesgo. Y es que inyectar relleno, no es algo tan simple como rellenar un hueco.

Pensemos en el rostro como un territorio denso de vasos sanguíneos y nervios que se distribuyen en múltiples capas siguiendo trayectorias muy diversas.

A diferencia de una cirugía, donde el cirujano puede ver directamente lo que está tocando, las inyecciones de rellenos se realizan prácticamente a ciegas. Esto implica que, mayor es la probabilidad de que el producto entre en contacto con un vaso sanguíneo.

Cuando esto sucede, las consecuencias varían desde molestias menores hasta complicaciones que nadie querría experimentar, incluyendo necrosis de tejidos, ceguera o embolias.

¿Cómo se producen?

Existen dos caminos principales. La primera sucede cuando el relleno entra en contacto directo con un vaso y lo daña de alguna manera. Puede romperlo, obstruirlo o disparar una reacción inflamatoria dentro de él. En los casos más severos, el material entra directamente en un vaso y lo obstruye desde adentro, creando lo que llamamos émbolos intravasculares.

Ahora bien, dependiendo donde se mueva el material dentro del organismo, distinto será el desenlace. Si migra hacia la arteria central de la retina, la consecuencia más probable es la ceguera súbita. Si visita el cerebro, puede provocar un infarto cerebral. Y si toma la ruta venosa y continúa hasta los pulmones, puede causar un embolismo pulmonar. Como vemos, ninguna de estas opciones figura en la lista de destinos recomendados.

El segundo mecanismo resulta más sutil pero igualmente traicionero. Se trata de una compresión extravascular, que tiene lugar cuando el producto inyectado se instala cerca de un vaso sanguíneo y hace presión sobre él. Esta compresión reduce el flujo sanguíneo y provoca isquemia, una falta de oxígeno en los tejidos. Si esa falta se prolonga, ocasionará necrosis, que no es otra cosa que la muerte del tejido, un punto final que ninguna crema ni tratamiento puede revertir.

En este amplio universo de efectos colaterales, hay factores que contribuyen a que estos acontecimientos sean más factibles. La anatomia es uno de ellos.

No todas las partes de la cara tienen el mismo riesgo. La nariz, entrecejo, labios, surconasolabial y zona periocular son particularmente delicados porque allí corren arterias claves que se conectan con la irrigación de los ojos y el cerebro. Inyectar en esas áreas exige experiencia y extrema cautela.

El estado de los tejidos del paciente también influye. Una cirugía previa o un tratamiento con láser puede provocar fibrosis, dando como resultado una piel menos flexible y más vulnerable.

La edad agrega otro elemento en contra, ya que con el paso del tiempo los vasos pierden elasticidad y son más frágiles, aunque se necesitan más estudios para confirmarlo.