¿Cómo se comunican nuestro cerebro y corazón?

5/8/20246 min read

El corazón, ese órgano que creemos conocer tan bien, es mucho más que una bomba de sangre.

Cada latido es una conversación con el cerebro, y lo más curioso es que esa charla tiene un gran impacto en nuestro día a día. Un solo latido puede cambiar la forma en que percibimos el mundo. En menos de un segundo, corazón y cerebro intercambian secretos que influyen sobre las decisiones que tomamos.

Durante años, consideramos al corazón como un simple órgano obediente, un esclavo del cerebro que, sin descanso, late entre 60 y 100 veces por minuto. El encargado de mantener todo en movimiento, oxigenando y purificando la sangre que recorre cada rincón del cuerpo.

En momentos de tensión, se acelera de manera automática, listo para la acción. Cuando la calma regresa, baja las revoluciones y retoma su ritmo habitual. Parece un mecanismo sencillo, ¿verdad? Una respuesta directa a las demandas del entorno. Sin embargo, al mirar más de cerca, vemos que hay algo mucho más profundo sucediendo.

Contrario a lo que se pensaba, el cerebro y el corazón mantienen una conversación constante, un diálogo de ida y vuelta. No solo el corazón recibe instrucciones; también responde y manda señales que recorren el cuerpo entero, incluyendo, claro, el cerebro.

Estas señales, que el corazón envía al cerebro, siguen el ritmo de sus latidos. Nuestro corazón no late siempre al mismo compás. De vez en cuando, se adelanta o se atrasa un poquito. Esta diferencia entre latidos es lo que llamamos variabilidad cardíaca.

Imaginá un metrónomo inamovible, marcando siempre el mismo pulso. Un corazón saludable es justo lo contrario: su ritmo cambia, ajustándose a tu respiración, tus emociones y entorno.

Esa flexibilidad, la variabilidad cardíaca, es una señal de buena salud. Cuanto más flexible es tu corazón, más lo es tu mente: pensás con claridad, recordás mejor y te expresás con fluidez. Y cuando estás alegres, tu variabilidad cardíaca alcanza su punto máximo.

Nuestra percepción depende de cómo el cerebro y el corazón se comunican.
Nuestra percepción depende de cómo el cerebro y el corazón se comunican.

En pocas palabras, nuestra percepción depende de cómo el cerebro y el corazón se comunican.

Si el cerebro no responde al corazón, nos desconectamos de lo que pasa afuera. Si responde, vemos más detalles.

La capacidad del corazón para influir en lo que percibimos es impresionante, y no se detiene ahí. También marca el ritmo en que captamos los estímulos.

Pensemos en los ojos. Varios estudios señalan que no funcionan de manera aislada, sino en sintonía con el corazón. Cuando éste se contrae, los ojos se activan: escanean, buscan, analizan. Como si estuvieran en una escena de acción, persiguiendo información valiosa.

Pero cuando el corazón se relaja, los ojos bajan la intensidad, absorben lo que han capturado y… parpadean. Corte y fin de la toma.

Algo similar ocurre con el tacto. Durante la sístole, cuando el corazón bombea con fuerza, el contacto se prolonga y distinguir texturas se vuelve un desafío. En la diástole, en cambio, todo se acelera: un toque breve, una respuesta más rápida.

Es decir, el corazón determina el ritmo de lo que vemos y sentimos. Cada señal que envía al cerebro afina los sentidos. Tal que cuanto mayor es la variabilidad en los latidos, el mundo se llena de detalles. Nos volvemos más perceptivos, más ágiles, más atentos a lo que nos rodea.

Por si fuera poco, esta conexión va más allá de la percepción. Define quiénes somos. El sentido del “yo”, esa percepción de quiénes somos, se nutre de este diálogo incesante. Y esto no es sólo poético, es ciencia.

Cada latido aporta información que el cerebro usa para formar esa idea de nosotros mismos: nuestra historia, nuestras experiencias, y hasta sobre cómo interactuamos con el mundo.

El equilibrio es esencial. Una conexión demasiado fuerte entre corazón y cerebro nos atrapa en nuestra propia perspectiva, volviéndonos protagonistas absolutos de la historia.

En el otro extremo, si el vínculo es débil, como en el caso de enfermedades neurodegenerativas, puede llevarnos a una pérdida de identidad. A medida que la enfermedad avanza, el cerebro deja de "escuchar" al corazón, y esa desconexión, en ocasiones, tiene consecuencias devastadoras.

En resumen: el corazón no es solo una máquina que bombea sangre. Es un actor clave en nuestra percepción, identidad y experiencia de la vida. Con cada latido, marca el ritmo de cómo vivimos y sentimos el mundo.

Gracias a ese diálogo constante entre cerebro y corazón podemos vivir plenamente y experimentar las infinitas posibilidades que el mundo tiene para ofrecernos.

Bibliografía

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La charla entre el corazón y el cerebro afecta la forma en que experimentamos el mundo.
La charla entre el corazón y el cerebro afecta la forma en que experimentamos el mundo.

Ahora bien, ¿cómo tiene lugar este diálogo? ¿de que manera el corazón y el cerebro se comunican?

En este preciso instante, mientras leés este artículo, innumerables procesos están en marcha. Tu corazón bombea sangre, tus pulmones se llenan y se vacían, tus hormonas suben y bajan, tus riñones filtran litros de sangre y tu estómago sigue procesando ese sándwich de jamón y queso que tanto te gustó. En tanto, el cerebro monitorea con cautela. Escucha estos mensajes internos, atento a cualquier cambio, asegurándose de que tu cuerpo funcione en armonía.

A veces, esas señales son conscientes: cuando tenés sed, hambre o sentís frío. Otras, ocurren sin que te des cuenta. Por ejemplo, cuando te levantás rápido y te mareás. En pocos segundos, el cerebro ajusta el flujo sanguíneo para mantenerte estable. ¡Es un proceso asombroso, ocurriendo detrás del telón para mantener el equilibrio!

Hagamos un ejercicio: cierra los ojos un momento. ¿Sentís ese suave golpeteo en el pecho? Sí, es tu corazón latiendo. Tu corazón, el mío y el del resto del mundo no laten de cualquier manera. Bailan en dos pasos. El primer paso, se llama sístole. Durante la sístole, el corazón se contrae, expulsa la sangre al resto del cuerpo, y ¡pum!, unos pequeños sensores dentro de este órgano, se activan y le envían el chisme al cerebro.

Después viene la segunda parte: la diástole. El corazón se relaja y se llena de sangre, tomándose su merecido descanso, en silencio absoluto, antes de volver a enviarle las últimas novedades al cerebro. ¡Todo en menos de un parpadeo!

En ese breve lapso, tu cerebro recibe un informe completo. Sabe cuánta fuerza usó el corazón, cuándo latió, y un montón más de datos que necesita para que tu cuerpo esté preparado ante cualquier eventualidad. Es una charla entre el cerebro y el corazón. El corazón manda un mensaje, el cerebro responde. Los científicos lo llaman HER, o Respuesta Evocada por el Corazón.

Hace unos años, un estudio publicado en Nature Neuroscience reveló un hallazgo asombroso: solo vemos un objeto si el cerebro reacciona al latido del corazón. Si no, el objeto pasa de largo, como si no existiera.

En esta investigación, dirigida por la profesora Tallon-Baudry, los participantes debían mirar círculos que aparecían y desaparecían rápidamente en una pantalla mientras su actividad cerebral y cardíaca eran monitoreadas. Cada vez que veían un círculo, presionaban un botón.

El objetivo era entender por qué, a veces, dejamos que la realidad pase desapercibida. ¿La respuesta? La clave está en cómo el cerebro responde a los latidos. Cuando la HER era alta, ¡bingo! el cerebro reaccionaba con fuerza y veían el círculo. Cuando era baja, los participantes no prestaban tanta atención y por lo tanto, no percibían nada.

Cada latido susurra un mensaje secreto al cerebro. Un código invisible que ambos comparten. Sin darnos cuenta, esa charla interna define lo que vemos, lo que sentimos y hasta quienes somos.